ESCRITURA CREATIVA
LO QUE ESCRIBEN NUESTROS ALUMNOS/AS
El Curso de Escritura Creativa que venimos realizando desde julio de 2020 ha generado numerosos escritos en respuesta a las propuestas que en él se lanzan. En este blog iremos colocando algunas de ellas para uso y disfrute general.
Os ofrecemos los cuentos que eligieron sus autores y autoras para estas páginas del curso realizado en Can Benet Vives, Barcelona, los días 9, 10 y 11 de julio de 2021 en régimen residencial.
ALBA Y BRU
Hace muchos, muchos años en un lugar no muy lejano, durante la noche del solsticio de verano el cielo se iluminó con una lluvia de estrellas fugaces. Y fue durante ese extraordinario fenómeno que dos mujeres dieron a luz en un palacio.
Alba, hija del marqués, nació menuda y blanca como la sal en una alcoba rodeada de sedas. Bru, a pocos metros, robusto y con una densa mata de pelo negro, hijo de una sirvienta, en un almacén. Crecieron en el palacio, ella entre salitas y salones, él entre cuadras y cocinas. Pero, sin que nadie lo supiese, y cuando nadie miraba, Alba y Bru se escurrían por los rincones para jugar. Recorrieron todo el palacio a escondidas hasta conocerlo como las palmas de sus manos; tenían lugares secretos y, entre ellos, su favorito era la habitación de vestir santos que casi nunca se utilizaba.
Se hicieron inseparables. Tan inseparables que cuando no estaban juntos sentían cosquillas en la barriga y pitidos en los oídos que no cesaban hasta que volvían a verse.
Tenían catorce años cuando, un día, juntos en su escondite, notaron que el cosquilleo no desaparecía al encontrarse, sino que se movía por su cuerpo concentrándose justo donde se unían sus piernas. Curiosos, decidieron desnudarse para encontrar la forma de aliviarlo. No tardaron en dar con ella, ignorantes de que ese mismo día habían traído de la iglesia del pueblo la imagen de san Ceréforo para ser vestida.
Los gritos de la comitiva se escucharon por todo el palacio y cuentan que la imagen del santo, que compartía desnudez con los muchachos, abrió los ojos como platos en una expresión de sorpresa que conservó desde entonces, patrón de los sorprendidos.
Alba acabó encerrada en una torre, Bru en la mazmorra.
—¡Nunca más volveréis a veros! —bramó el marqués—. Tú, hija ingrata, ingresarás en el convento de las ursulinas y tú, gañán… Ya veré qué haré contigo.
Nadie sabía por aquel entonces que, en sus recorridos por el palacio buscando lugares secretos, habían descubierto un antiguo pasadizo que iba de la torre a la mazmorra y aún otro, que hasta ese día no se habían atrevido a tomar, que se adentraba en las profundidades de la tierra.
Desaparecieron.
Los buscaron durante días y semanas hasta que concluyeron que tenían que empezar a llorarlos. Las lágrimas de los salones y alcobas se escurrieron por los pasillos y salieron al patio donde se mezclaron con las que venían de las cocinas y cuadras de tal forma que nadie podría haber separado las del marqués de las del criado, y así siguieron fluyendo por el zaguán mezclándose en la calle con las que venían de un velatorio y con las se filtraban de las paredes del viejo hospicio. El caudal encontró descanso en un aljibe que emitía suspiros y que entristecía todas las verduras que regaba y a aquellos que las comían.
Alba y Bru siguieron el oscuro pasadizo. Perdieron la noción del tiempo. No sintieron hambre ni sueño. En la oscuridad total se notaban el uno al otro mientras atravesaban cortinas de raíces y nidos de topos; criptas abandonadas y catacumbas antiquísimas.
Cuando llegaron a una puerta enorme de madera con remaches en forma de hojas de hiedra, tuvieron a la vez la sensación de que ese era el final del viaje.
La golpearon y oyeron al otro lado una voz grave:
—¿Qué queréis?
—Somos Alba y Bru.
—¿Qué queréis?
—Nos queremos el uno al otro.
—¿Qué queréis?
—Queremos pasar.
—¡Tened cuidado con lo que queráis!
La puerta se abrió con un crujido y una luz brillantísima iluminó sus caras que habían dejado de ser las de unos niños.
Al otro lado, un jardín precioso con fuentes, árboles frutales y mariposas de colores se extendía ante ellos. Entraron e inmediatamente fueron felices, gozando de su amor y de todo lo que ese edén les ofrecía.
Pasadas unas semanas, un día, estirados en la hierba, escucharon de nuevo la voz.
—¿Qué queréis?
Bru miró a Alba sonriendo y gritó:
—Vivir siempre aquí.
—¿Qué queréis?
Alba lo cogió de la mano y gritó:
—¡Que no muramos nunca y vivamos siempre aquí!
—¡Tened cuidado con lo que queráis! ¡Sea!
Alba y Bru siguieron viviendo felices, satisfechos de sus vidas. Al cabo de unos años, al mirar su reflejo en el estanque descubrieron, ella una arruga en su piel blanca, él una cana entre su pelo negro.
—¡Voz! ¡Nos has engañado, nos estamos haciendo viejos! ¡No viviremos aquí siempre!
La voz rugió desde detrás de las nubes.
—¡Tened cuidado con lo que queráis! ¡Quisisteis vida eterna, no eterna juventud! ¡Disfrutad ahora de vuestro deseo hecho realidad!
Alba y Bru se estremecieron, pero siguieron queriéndose, se fueron arrugando y encogiendo año a año hasta convertirse en dos pasas que yacían en el suelo a poca distancia sin poder alcanzar a tocarse, implorando a la voz que les permitiese morir juntos.
La única respuesta que obtenían a sus súplicas venía de la voz mezclada con el canto de los pájaros, el ruido de las hojas al moverse por el viento y el susurro de sus propios pensamientos: ¡Tened cuidado con lo que queráis!
Pasados los siglos, cuando del palacio no quedaba ni el recuerdo, la voz se conmovió al pensar que la pareja de enamorados seguía llorando en el jardín, arrugadísimos y sin poder tocarse, así que decidió volver a hablar con ellos.
—¿Qué queréis?
—Queremos morir —empezó a decir Bru.
—¡Calla! —le interrumpió Alba—. Queremos volver a estar juntos y poder querernos.
—¡Tened cuidado con lo que queráis! ¡Sea!
En un momento, Alba y Bru volvieron a ser jóvenes y estaban estirados mirando al cielo igual que durante los últimos mil años, pero cogidos de la mano. Felices.
—¡Tendréis lo que habéis deseado, pero pagaréis un precio! El estanque del jardín pierde agua por su fondo. Podréis vivir para siempre y ser jóvenes mientras el estanque mantenga su nivel. Si baja, os volveréis a arrugar como pasas. Allí tenéis unos cubos y en el camino de las fuentes podréis encontrar agua. ¡Empezad pronto que el nivel baja!
Desde entonces Alba y Bru corren sin cesar entre el estanque y las fuentes acarreando agua día y noche, siempre, viendo que el fruto de su esfuerzo es efímero y que su único premio es tenerse el uno al otro.
Cuenta la leyenda que, aún así, son felices. Saben que un día al año, en la noche del solsticio de verano la voz relaja el castigo y les deja disfrutar su amor bajo una lluvia de estrellas fugaces. Esa noche les da fuerzas para afrontar el nuevo año.
También cuentan las viejas del pueblo que se construyó sobre las ruinas del palacio, que la fuente de San Ceréforo se alimenta de un estanque mágico y que, si bebes de sus aguas la noche de San Juan puedes pedir un deseo, aunque sólo después de leer en voz alta unas palabras, ya casi borradas por el tiempo, escritas en unos viejos azulejos sobre el caño: ¡Ten cuidado con lo que quieras!
Y ese es el secreto del estanque.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
JOSEP MARTÍ
A VECES
A veces lloras lágrimas, lágrimas llenas de dolor,
aquellas que buscan inquietas la despedida que nunca se dio.
A veces lloras lágrimas, lágrimas cargadas de rarezas,
aquellas que entremezclan el gozo y la tristeza.
A veces lloras lágrimas, lágrimas perdidas y abandonadas,
aquellas que alejan del calor de la morada.
A veces lloras lágrimas, lágrimas llenas de oscuro pavor,
aquellas que no permiten volar entre estrellas de color.
A veces lloras lágrimas, lágrimas cargadas de timidez,
aquellas que anhelan la fortaleza de un buen jerez.
A veces lloras lágrimas, lágrimas llenas de orgullo,
aquellas que disfrazan de alquitrán el frágil murmullo.
A veces lloras lágrimas, lágrimas cargadas de sufrimiento,
aquellas que alimentan el dragón que vive dentro.
A veces lloras lágrimas, lágrimas llenas de tristeza,
aquellas que besan el sol con delicada sutileza.
A veces lloras lágrimas, lágrimas cargadas de silencio,
aquellas que llenan el mar de nubes con aroma a incienso.
A veces lloras lágrimas, lágrimas llenas de quietud,
aquellas que abrazan cada atardecer la inquietante solitud.
A veces lloras lágrimas, lágrimas cargadas de misterio,
aquellas que convierten en árboles las tumbas del cementerio.
Con tanta lágrima llorada, piensas, ¿te vas a ahogar?
entre recuerdos del pasado, que no te permiten avanzar.
Una voz te susurra al oído, princesa, estas lágrimas te ahogarán,
pero si las compartes con ternura, quizás a otros ayudarán.
Y de repente lágrimas temblorosas, con dulce aroma a limón,
empiezan a abrir con fuerza el sendero del corazón.
Y de repente lloras lágrimas, lágrimas llenas de escritura,
que entrelazan palabras amargas creando melodías llenas de dulzura.
Y de repente llegan las lágrimas, las lágrimas cargadas de ternura,
aquellas que lo curan todo entre algodones de frescura.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas llenas de gentileza,
aquellas que llenan el mar de delicada y profunda belleza.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas cargadas de amistad,
aquellas que empujan con fuerza a jugar con los demás.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas llenas de mazapán,
aquellas que no hacen caso a lo que los demás dirán.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas cargadas de alegría,
aquellas que llenan de esperanza los instantes del día a día.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas llenas de placer,
aquellas que gozan siempre con las luces del amanecer.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas con sabor a chocolate,
aquellas que sin hablar alimentan al corazón que late.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas con olor a jazmín,
aquellas que riegan cantando las flores del jardín.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas de vino tinto,
aquellas que permiten cada noche bailar de un modo distinto.
Bienvenidas sean las lágrimas, las lágrimas cargadas de belleza,
aquellas que despiden cada día la luna y su tristeza.
¡Y por fin llegarán las lágrimas, las lágrimas llenas de verdad!
aquellas que abren la puerta del camino a la libertad.
Acompañadas van siempre de lágrimas, de lágrimas cargadas de bondad,
aquellas que risueñas juegan abrazando la realidad.
Da gracias a todas estas lágrimas, lágrimas llenas de compasión,
por alimentar cada día el río que lleva al Corazón.
Y si alguien te pregunta ¿cuántas lágrimas has llorado?
contéstale simplemente, todas las que Dios me ha regalado.
AURORA PEDRO
Había una vez, un abuelo triste.
—¿Un abuelo triste? —preguntaron los niños.
—¡Jooer que rollo el cuento! —dijo el primero.
—Yo me voy, yo pasoo —continuaron el resto.
—¡No, noo, esperad, esperad! A ver…
—Se sentaron otra vez.
LA PRINCESA, EL SR. SAPO Y EL TIGRE
Había una vez un sapo, el Sr. Sapo.
—¡¡¡Ahh, ahora sí!!! —dijo el publico.
El Sr. Sapo vivía solo, en la base de un árbol muerto. Allí se había hecho su cobijo. La despensa con sus insectos, su lavabo, habitación y sala de meditar. Era un sapo moderno, no hacía hibernación. Quería aprovechar todo el tiempo para vivir.
Vivía en un claro en medio del bosque y a escasas treinta ancas de rana del lago del Pez. Era ya un sapo viejo pero conservaba un espíritu libre y abierto.
Esa mañana se despertó gozoso, había descansado bien. Como cada mañana se dirigió al lago para refrescarse y de camino, del bosque lejano oyó berridos, primero lejos, luego cada vez más cerca…
—Ruac Ruaac —se dio prisa para volver a su guarida.
Allí, alrededor de su tronco, en la explanada, había parte de los vecinos reunidos:
—¿Qué pasa, qué es este estruendo? —preguntaron las ranitas.
El Pez, desde el lago, dio un salto:
—Humanos —dijo. (2) Me lo ha… (3)..dicho… (4)…el Tigre —finalizó Pez.
—¿¿¿El Tigre??? —se preguntó el Sr. Sapo en voz alta. ¿Qué hace aquí el Tigre si es de la llanuras?
El Sapo, que era muy amigo de las Mariposas que se acababan de incorporar a la reunión, les dijo:
—Sras. Mariposas ¿serían tan amables de volar y ver qué está pasando?
—¡Sí, Mi Sapo!
En menos que salta el pez las mariposas volvieron con nuevas:
—¡Confirmado! —Zebere-Zebereee, aleteaban y paraban las mariposas nerviosas—. Bull-Dozers están cortando árboles, destrozando los escondites; animales escapando: el Jabalí, el Conejo Bit.. —zebeere-zeber.
—En ese momento, apareció el Tigre en la explanada.
—¡¡¡Aayyy ayyy!!! —gritaron todos.
—¡Tranquilos vengo en son de paz! —dijo el Tigre. SKUNK, SKUNK, plantó sus patas y habló:
—Eso es cosa de la Princesa d’Esnarfil. —Al oír su nombre, Sr. Sapo sintió como un dolor de estomago y un estremecer.
—Que quede entre nosotros —prosiguió, el resto de animales afinaron la oreja—. La Princesa se ha vuelto loca desde que la dejó su «amigo» el Leñador. Se marchó ya hace años nadie sabe dónde. La Princesa lo buscó y lo buscó sin suerte. Ahora cree que está en el bosque y está dispuesta a destruirlo todo para encontrarlo.
A Sr. Sapo le vinieron ganas de vomitar, Ruoc, Ruoec, no llegó, vomitó de camino a la guarida. Se quedó tumbado y rememoró cosas —Princesa…¿Por qué?
Se recuperó, se reincorporó y se dirigió a los compañeros de explanada:
—Esto debo solucionarlo yo. ¿Sr Tigre me puede acompañar?
Llegaron al Castillo de la Princesa
La Princesa al ver al Sapo: ¡¡ZZUMM!!
Se esfumó el Castillo y se esfumaron los Bull-Dozers.
La Princesa y el Sr. Sapo quedaron en pelotas en medio de la colina.
I NYAAAC. ¡El Tigre se los comió!
Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
RAMÓN SIMÓN
LA DESPEDIDA
Bilbo Bolsón daba vueltas a la pluma sobre el pergamino, buscando las palabras adecuadas para su discurso de despedida. Mientras, los dedos índice y corazón de su mano izquierda jugueteaban con el objeto que guardaba en el bolsillo de su chaleco. Cuando estampó el punto final se levantó presuroso de la silla y se dirigió hacia el Estanque de los Secretos, donde lo aguardaban sus compañeros. Los encontró sentados en círculo, bajo la sombra del sauce, discutiendo de banalidades. Su súbita presencia interrumpió de inmediato todas las conversaciones y en un instante se convirtió en el centro de atención. Situado en mitad del círculo, levantó el pergamino y se dispuso a leerlo con la solemnidad que merecía el momento.
Querid@s amig@s, como sabéis, hace tiempo que soporto una pesada carga… Desde que atesoro el Anillo de las Tentaciones Banales mi vida ha sido una pura distracción. No consigo avanzar en nada, ni a ninguna parte llegar, por eso he decidido deshacerme del anillo y marchar para, sin más excusas, afrontar mi propósito.
Pero antes de irme, os he reunido aquí para encomendaros una última misión: la destrucción del anillo. Como sabéis, el anillo solo se puede destruir en el corazón del monte Verdad, al que se accede por cuevas plagadas de seres que os distraerán, de todas las formas posibles, de vuestro objetivo. Aún así, confío ciegamente en vosotros, y sé que lo conseguiréis.
Mónica, elfa trotamundos de generosidad infinita, gracias a ti, he podido visitar lugares que nunca pisaré y he saboreado experiencias que quizá jamás viva. Te deseo el mejor camino, aquel que te ofrezca las respuestas a tus preguntas.
Brigi, montaraz auténtica y vivaz, eres la alegría allá donde vayas e invitas a ser amada con su sola mirada. Tus tormentos son los nuestros, los de todos, gracias por compartirte y por todo lo que te das. Yo le regalo un abrazo a tu corazón y te deseo vida para dar y regalar.
Aurora, humana dulce y empoderada, tu lucha nos muestra el camino a los que vamos atrás. Gracias por tu paz y serenidad, por tu luz, tu tristeza y tu alegría. No te puedo desear más que camino bajo tus pies, para que siempre lo puedas andar.
Josep, hobbit perfeccionista y autoexigente, el tiempo no está perdido si lo has vivido y te puedo asegurar que hay muchas formas de vivirlo sin necesidad de pensar. Te deseo un camino lleno de duendes y musas, pues esa creatividad que buscabas ya está en ti, solo la tienes que ejercitar.
Ramón o, mejor diré, querido Frodo, eres un enigma por descubrir. Ojos curiosos, corazón noble, causante siempre de hilarante sorpresa. Eres un ser entrañable y fácil de amar. Un descubrimiento, ¿qué decir?, sigue así, eres lo más.
Josep María, el hobbit descubridor, te ha sido desvelado hasta donde te puede llevar escribir lo que sientes y parece un bello lugar. Eres un aventurero de corazón, siempre aprendiendo y con un gran mundo interior. Ha sido un placer haber sido tu compañero y te deseo descubrimientos sin fin.
Fuensanta, ¿qué decirte? Enana testaruda y luchadora, persiste, resiste y como tú siempre dices, ¡adelante! Tu viaje es el de muchos y compartirlo te hará bien a ti y a quién sabe cuántos más.
Y Juan Pedro, ay, Juan Pedro, ¡cómo te voy a echar de menos! Cuando se encuentran dos fichas iguales, no importa que habiten juegos diferentes, pues en el juego de la vida, de alguna manera, unidos van a estar. Espero encontrarte siempre y no perderte jamás. Igual te digo, que aunque ahora me vaya al más recóndito y escondido agujero, acudiré a tu llamada para lo que gustes solicitar.
Y ahora sí, me despido sin más, de esta bella compañía, forjada en Can Benet Vives, donde llegamos en busca de propósitos, amor, despertar… y de la que marchamos habiendo aprendido a amar el misterio y el escribir desde el alma y más allá.
Querida compañía, emprendéis un largo viaje que os llevará a vivir mil aventuras, que me gustaría que algún día, me queráis contar.
—Adiós —dijo Bilbo a la vez que una nube de humo se lo tragaba ante la atónita mirada de sus compañer@s.
FÁTIMA OLMEDO
FANFIC dedicado a sus compañer@s y al profesor del curso de Escritura Creativa realizado en Campus Can Benet Vives el fin de semana del 9-11 de julio de 2021.
EL REINO ESCONDIDO
Había una vez hace muchos lustros, un reino escondido entre unas montañas rocosas al que no llegaba la luz del sol.
Los habitantes del reino eran conocidos en los confines del mundo por las leyendas que sobre ellos contaban los rapsodas del lugar y, a la lumbre de las hogueras, se abrían como platos los ojos de los niños cuando escuchaban que en las tierras que rodeaban el reino oscuro nunca crecía nada comestible, que cualquier planta que se pretendiera cultivar era escupida por la tierra como un despojo, dejando la supervivencia de los habitantes del reino a merced de la providencia.
Todas las historias que sobre ellos contaban provocaron que la desconfianza y el temor hacia aquel reino fuera creciendo hasta el punto que los senderos que transitaban cerca del reino oscuro se abandonaran y todos los caminantes buscaran trayectos alternativos para no pasar cerca de esas tierras, que parecían tener un influjo maligno sobre cualquier visitante.
Cada vez se contaban mayores maldades sobre las gentes de aquel lugar y pronto se dio voz a aquellos que aseguraban que subsistían comiéndose unos a los otros.
Gíbula había escuchado durante toda su vida esas historias y, harta de creer lo que del reino oscuro decían, decidió ir a comprobar cuál era la verdad que allí se escondía.
—¿Dónde vas alma de cántaro? —le dijeron todos cuando conocieron sus planes—. No seas intrépida y no busques respuestas a preguntas que nunca nadie se ha hecho.
—No temáis por mí —les respondía Gíbula—, si lo que decís es verdad y realmente se comen unos a los otros, cuando llegue allí ya no quedará nadie.
Y ante semejante explicación, los padres de Gíbula no tuvieron más remedio que aceptar el viaje de su hija, dándole su bendición.
Trascurrieron muchos años sin tener noticias de Gíbula, hasta que un día, la niña vigía encargada de otear los límites del condado, dio la voz de alerta a los aldeanos avisándoles que, tras la colina, se avistaba una luz muy potente. Todos salieron de sus casas y con gran asombro contemplaron cómo una anciana con andares jóvenes, cargaba un enorme bulto luminoso entre sus brazos. La anciana se dirigió a la plaza de la aldea, donde todo el mundo se reunía para contar historias, y dejando el bulto sobre el suelo les dijo:
—Soy Gíbula, os traigo el sol que decíais que no tenían en el reino rocoso en el que he sido tan feliz, y os lo traigo porque he descubierto que los que estábamos en la oscuridad éramos nosotros, los incapaces de ver la luz de nuestros vecinos.
«Y contet contet ya está acabadet… pa tu la casqueta y pa yo l’ouet».
(Mi madre dixit)
(Y cuentito cuentito, ya esta acabadito… para ti la casquita y para mí el huevecito).
BRÍGIDA LAVILLA
Y LOS CUENTOS, CUENTOS SON
La habitación estaba a oscuras. Se percibían algunos ruidos del exterior.
En la habitación Pedrito y sus padres, Paco y Lola, creían que si se mantenían en silencio, tenían más posibilidades de seguir a salvo.
Paco buscaba a tientas algo con que alumbrarse. Dio con una caja en cuyo interior le pareció que había velas. Cogió una de ellas y la prendió y con su luz volvió a apreciar los rostros de sus seres queridos.
Con la tenue luz de la vela le pareció ver que, escondido tras un montón de cojines, había un ratoncillo que mostraba un rostro entre curioso y asustado.
Lola se dirigió al ratón y le dijo:
—Hola, ¿cómo te llamas?
—Todos me llaman Buscador porqué ando siempre buscando nuevos rincones donde acomodarnos con mi familia.
—¿Y sabes cómo salir de aquí sin que el dragón que hay en la puerta nos atrape?
El ratón tenía un extraño objeto que cuando lo frotaba iluminaba toda la habitación. El ratón lo frotó, la habitación se iluminó y Paco apagó la vela.
Paco, Lola y Pedrito se pusieron muy contentos e ilusionados y se abrazaron pensando que el ratón les ayudaría a escapar.
Buscador les contó que aquella casa se había construido sobre los restos de un antiguo castillo cuyos dueños, los reyes de Babia, habían abandonado hacia muchos años después de un ataque pirata. Lograron escapar gracias a un pasadizo secreto que habían construido para su seguridad y que conducía a una playa cercana, desde donde huyeron en barco.
Buscador llevaba tiempo intentando localizar ese pasadizo, cuya existencia había conocido por unos pergaminos que encontró en el desván y hacía sólo unos días había localizado una entrada al pasadizo secreto que estaba dentro de la chimenea que había en el comedor de la casa.
Para llegar al comedor debían salir de la habitación y bajar por las escaleras a la planta baja donde estaba situado.
Todos ellos conocían muy bien la casa y se pusieron a pensar cual sería la mejor manera de llegar al comedor sin sufrir los ataques del dragón.
Al final se pusieron de acuerdo. La estrategia estaba clara y aunque el ratón era quien corría con el mayor riesgo era la única alternativa que se les ocurrió.
Buscador se deslizaría por debajo de la puerta y se dejaría ver por el dragón a una más que prudente distancia. Cuando el dragón lo viera, se dirigiría a toda prisa hacia el piso superior para alejar al dragón de la puerta de la habitación donde estaban todos para que así tuvieran tiempo Pedrito y sus padres de llegar a la planta baja, ir al comedor y meterse por la puerta escondida hacia el pasadizo. Buscador ya se las ingeniería después para reunirse con ellos.
Buscador les dio su invento iluminador y se preparó para una buena carrera. Pasó por debajo de la puerta y miró a derecha e izquierda y no vio al dragón. Bajó a la planta baja y subió al piso superior y ni rastro del dragón. Pedrito y sus padres estaban inmóviles pues no oían ningún ruido.
Buscador volvió de nuevo a la habitación pasando por debajo de la puerta y les contó el resultado de su registro. Abrieron la puerta de la habitación y salieron.
En ese preciso momento cruzó el pasillo un veloz murciélago y Pedrito dijo:
—Papá, papá, ese era el dragón que vi antes.
Y todos respiraron aliviados y es que, a veces, lo que nos parecen dragones son solo murciélagos.
I vet aquí un gat i vet aquí un gos i aquest conte ja està fos.
I vet aquí un gos i vet aquí un gat i aquest conte s’ha acabat.
JOSEP MARIA CABRA
LA LEYENDA DE PARDALA
Hace muchos años, en un pueblo junto al mar, vivía una niña a la que todos llamaban Pardala. Pardala era en realidad Isabel, pero como andaba siempre corriendo de un lado al otro y saltando de roca en roca la empezaron a llamar Pardala:
—Pardala aquí, Pardala allá, Pardala esto, Pardala lo otro…
No tenía madre. Nunca la conoció. Su padre era la única familia que le quedaba. Era pescador. Pardala pasaba muchas horas sola pero siempre entretenida y, en realidad, no le importaba. Siempre estaba con las gaviotas, los cangrejos y los mayores del lugar, que la trataban todos como si fuera su hija.
Pardala no hablaba mucho y siempre se inventaba canciones con las pocas palabras que conocía, entre las cuales no se encontraba la palabra «no» o «miedo». No porque no supiera el significado sino porque le parecía una palabra fea. Pardala pensaba que cuando una palabra salía de la boca se convertía en un arma poderosa capaz de alegrar o entristecer los corazones.
—Esa palabra pesa mucho —le dijo un día al tío Blas—. Pesa mucho y no puedo llevarla conmigo.
En cambio consideraba que «sí» era ligera como el viento, viva y suelta como las gaviotas que jugaban con ella.
La gente del lugar se reía de las ocurrencias de Pardala y siempre la ayudaban con todo.
—Ven a comer a casa —le pedía la tía Paca—. Y Pardala siempre que sí.
Un día llegó una nueva familia al pueblo cargada de sueños e hijos varones, todos muy guapos. Pardala se acercó a la casa que había escogido para vivir y se presentó sin más.
—Hola, soy Pardala —dijo— ¿queréis ser mis amigos? Y así de fácil los tres hermanos mayores dijeron que sí y echaron juntos a correr.
Pasaron los años y Pardala se convirtió en una joven muy hermosa e inteligente. Cuidaba de su padre ya mayor y éste preocupado por su futuro le dijo un día:
—Pardala hija mía, un día ya no estaré y tengo miedo de que te quedes sola. Deberías ir pensando en encontrar con quien compartir tu vida.
—Pero yo no quiero ese miedo, padre —contestó Pardala—. Estoy muy bien así, aquí, ahora, con todos mis tíos y tías del pueblo. Esa palabra es muy fea padre, no hagas que la aprenda.
El padre de Pardala murió una mañana de julio y Pardala se quedó sola y aprendió, sin querer, todo sobre el miedo. El dolor que sintió abrió una puerta en su corazón que nunca antes había abierto y empezaron a salir todas las palabras que nunca antes había pronunciado: «no, miedo, nunca, huir, envidia, rencor, desazón, ansiedad…». Pardala se hizo muy mayor, muy rápido.
Nico, Mario y Óscar, los tres hermanos amigos de ella desde su niñez, se presentaron una mañana a su puerta y le confesaron que los tres sentían un gran amor por ella. Le pedían que escogiera a uno de ellos para compartir su vida.
Pardla se asustó y dijo «no» y al cabo de unos días, sin despedirse de nadie, huyó del pueblo, sintiendo que debía recuperar algo perdido.
Buscó, leyó, viajó y no se le iba el miedo del pecho, y un día entró un dolor amargo del que no se pudo deshacer. Era un dolor que no era suyo y no sabía qué hacer con él, ni cómo curarlo.
Un día dijo basta y dejó de hablar. Sólo salían sonidos de sus labios «ssssssss…», no entendía qué significaba…Parecía una vaca sin cencerro, perdida, en busca de algo huidizo que desconocía.
La gente del lugar cuenta que, desde entonces, Pardala iba por los caminos de la costa susurrando como las serpientes y asustando así a todo aquel que se cruzaba por su camino.
Es por eso que aún hoy en los caminos que unen las playas por donde anduvo la Pardala todos los caminantes pasan rápido y ligeros gritando desde el fondo de su corazón y con convicción: «Sííííííí´…», porque si no, se aparece una vieja fea y demacrada que les escupe un «No» gordo y pegajoso en la cara y les apaga su luz interior.
MÓNICA FUERTES ARBEIX